Contra ser ilegal
Este manifiesto se leyó en una playa Gaditana tras el naufragio de una patera donde muerieron 33 inmigrante. Malditas leyes de banderas, fronteras y patrias. ¿Una persona puede ser ilegal?
Murieron aquà cerca, en la oscuridad, mientras mi radio y tu televisión apagaban sus gritos de auxilio con no sé qué trascendente historia de amor entre un prÃncipe blanco de la misma edad que los que se ahogaban aquà cerca en la oscuridad, pero que tuvo la suerte de nacer con la sangre de color azul y que se va a casar con una periodista muy bella, conocida, de la misma estatura y quizás los mismos ojos ilusionados que las que se ahogaban, aquà cerca, en la oscuridad pero que tuvo la suerte de no nacer apenas mil kilómetros más al Sur..
Murieron aquà cerca , en la oscuridad, frente a nuestras narices gritando socorro mientras nosotros y nosotras gritábamos «gol» preocupados ellos y ellas por su vida, su hambre y la de los suyos , nosotros y nosotras por la suerte infame de un puñado de multimillonarios que se ganan la vida dando patadas a un balón o vendiendo camisetas o por la de un grupo de muchachos y muchachas de la misma edad que quienes morÃan aquà cerca, en la oscuridad , los unos en el mar nocturno que es más negro aun , los otros en una confortable casa espiados por mil cámaras desde la que nos venden hamburguesas mientras nos enseñan a todas horas como se tocan las narices de puro ociosos un puñado de competitivos haraganes.
Murieron aquà cerca, en la oscuridad , asustadas y hambrientos, mientras nosotros y nosotras llenábamos las terrazas de los bares, riendo nosotros nuestro fin de semana del Norte con nuestros estómagos ahÃtos de carne y las venas asfaltadas de colesterol, llorando ellos y ellas invocando a Alá, al dios cristiano también quizás, llamando a gritos a alguien que apareciera en aquella negrura.
Murieron aquà cerca, en la oscuridad , tan anónimos como las olas que nos los devolvieron a esta orilla, a esta playa que hoy pisamos con rabia , con dolor y con vergüenza. Ni siquiera sabremos cuantos fueron, ni siquiera podremos pronunciar sus nombres para pedirles perdón o para despedirlos o para que sepan estas mismas olas como se llamaba el primero que cayó o el último que se hundió cansado de bracear contra el frÃo, contra la noche. Anónimos serán sus nichos en el Norte pero en algún lugar impredeciblemente cercano no será anónimo el dolor de una madre , de un padre , de un hijo o un hermano y ellos sà sabrán poner rostros en esa escena de desastre y tendrán fotos y recuerdos y planes que ya nunca serán realidad.
Murieron en el mismo mar que coleccionaba nuestras risas infantiles con un ejército de madres de rodillas blancas velando por nosotros, en la misma arena en la que modelamos mil castillos donde imprudentemente nos enseñaban a pelear contra los moros cuando creÃamos que ellos, los moros, eran gente de turbante , caballo y cimitarra, antes, mucho antes de que los viéramos pasar hambre y vender alfombras en pleno agosto y morir. Murieron contra la misma orilla que nos vio pasear enamorados , mientras el sol se hundÃa allá por poniente.
Se nos murieron casi en los brazos, a pocas millas de su sueño, que no era sino dormir aunque fuera al pie de nuestra cama y comer lo que se cayera de nuestra surtida mesa.
Y no hubo en el momento de su muerte cámaras que nos permitieran votar para salvarlos y los radares que pretendÃan blindar nuestra opulencia quizás estaban ocupados en proteger nuestra seguridad , en vigilar la llegada de los aviones que se estrellan contra las torres y quizás por eso no llegaron a captar el grito de auxilio de aquellos que sólo se estrellan contra el hambre y la ley de extranjerÃa. Murieron quizás porque quién tenÃa que salvarlos sólo disponÃa de medios para atraparlos.
Y con sus cuerpos muertos se repartieron por la BahÃa como si estuvieran vivos y no quisieran que al desembarcar los pillara la Guardia Civil y los encerrara como ganado en campos de prisioneros como los de Ceuta o Canarias o los devolvieran , via sumarÃsima, a su tierra, por no llegar en una avión o un yate, por venir con los bolsillos vacÃos, sin más mercancÃa que sus manos , sin más capital que su vida.
Y con sus cuerpos muertos siguieron navegando hacia acá y con su carne muerta quisieron taponar la bocana de la base de Rota quizás pensando en que no muera nadie más ni por el mar ni por el aire ni por la tierra.
Y vieron sus cadáveres las gaviotas y se volvieron tristes a los pinares a contárselo a los chamarines y los gorriones y se declaró una huelga de trinos.
Y vio sus cadáveres cada faro de la BahÃa y su luz se volvió triste.
Y vio sus cadáveres el Vaporcito y los sorteó llorando y si algún mercante tocaba la sirena al verlo pasar, enseguida lo mandaba a callar pues querÃa contagiar su duelo a todo el mar de los poetas.
Y cuando los vimos nosotros y nosotras callamos. Primero cuando eran dos ó tres callamos y pensamos: «Â¡Hay que ver!» Cuando pasaron de diez nos alarmamos y cuando pasaron de veinte ya muchos habÃamos llorado. Tuvieron que pasar de treinta para que nos juntáramos y viniéramos aquÃ, al lugar donde el mar trajo a un puñado de ellas y de ellos. Y ya no queremos llorar más, ni callar más ni lamentarnos más. ¡Queremos que nos devuelvan nuestro mar inocente , el que daba vida y no las robaba! ¡Queremos que a la quilla del vapor la besen otra vez las olas blancas y no la babosee más la muerte negra! . ¡Queremos que en la orilla jueguen nuestros niños sin que otros niños mas oscuros tengan que jugarse la vida en ella!.
No queremos mafias que sacan plusvalÃas de la vida humana pero tampoco queremos democráticas leyes que, en nuestro nombre, bendicen la exclusión de los más pobres en el reparto del pastel de mundo.
No queremos gobiernos tiranos que mercadean con la vida de los suyos a cambio de poder, de territorio o de capitales pero tampoco aceptamos a los polÃticos que sólo son capaces de medir a una persona por los papeles que tiene o de los que carece, una administración que clasifica la moral de las personas por el numero de ceros de su cuenta corriente.
Hoy sentimos dolor y vergüenza porque sin ser los culpables tampoco somos inocentes. En esta tragedia también hemos sido el barco que no llegó, el pan que les faltó, la tierra que se les negó. Procuremos no ser cómplices nunca más. Que nuestras flores de hoy sean gritos de justicia y nuestras lágrimas de hoy, contratos de rebeldÃa continua.
febrero 13th, 2006 09:14
Khe 🙂 muy bien… de verdad … 😉 me gusta mucho
febrero 13th, 2006 18:36
Sé que es un poco largo, pero merece la pena leerlo, sobre todo porque no se habla de una pelÃcula, de un libro ni de un sueño (un mal sueño), sino algo verdadero y, por desgracia, que no es casual.